Mini Candy Bar

domingo, 7 de noviembre de 2010

En Terrones Nocturnos...NO SEÑORA, ¡ ES UN COBAYA!

Mi buena amiga Miss Owl, te comprendo tan bien...y siendo inglesa, no entiendo como todavía no has creado un Cobaya's Life Association. Nos lanzamos?. Tendría que ser algo original y diferente porque, me he estado informando, ya existe A.C.E, Asociación de Cobayas de España (y tienen página web!). Si es que...ya está todo inventado!
Por cierto, echo de menos la dedicatoria "A mi Querida Cobaya..." no lo has hecho por mantener a buen recaudo tu identidad?


NO SEÑORA, ES UN COBAYA!

En mi casa siempre hemos sido amantes de los animales. Creo que sería capaz de encariñarme con una lagartija, siempre y cuando ella se encariñara conmigo, considero firmemente que el cariño es una cuestión de reciprocidad.



Recuerdo hace mil años, que teníamos un perro, Troilo. Era el Boxer más bonito que jamás ha existido. Mi madre se encargaba de las comidas, mi padre del paseo matutino y el de media noche, y yo al salir del cole, a medio día y a media tarde.


Era uno más de la familia. Yo lo quería como a mis hermanos, bueno a lo mejor un poco más, ya que nunca discutía conmigo y nunca hacía nada para enfadarme y jamás delató mis travesuras. Todas las mañanas, antes de bajar con mi padre, pasaba por mi habitación y me pegaba un lambentón de buenos días. ¡Me encantaba aquello!


Pero claro, encariñarse con un perro así es muy fácil. El más difícil todavía es cuando te regalan un cobaya y le coges cariño. Le coges tanto cariño, que tu te crees que eres su madre, y ella está plenamente convencida que es tu hija. Que si le das el desayuno, que si un yogur a media tarde, que si son las 9 y no hay lechuga en casa, va mi padre apurado al Corte Inglés a comprar una… En fin.


Y tanto le quieres, que cuando se pone malito lo llevas al veterinario para que lo curen, como harías con las personas. Pues es en este punto en donde me quiero recrear para la historia de hoy. Resulta que el pobre bicho estaba malito. Se había atragantado con algo al comer y respiraba fatal. Así que lo envolví en una bufanda, metí el atillo en un sombrero a modo de cunita y me dirigí toda pancha al veterinario.


Fuí a uno que había cerca de casa. Al entrar, veo que hay gente esperando. Echo una visual de izquierda a derecha y veo a un chico con un pastor alemán con cara de bueno, un señora con un gato con unos ojos increíbles y en el mostrador una viejecita, que nunca he sabido si era la madre o la abuela del veterinario, que le  ayudaba  en la consulta.

Me mira y me dice: -¿Hola guapa, en que te podemos ayudar?

Y yo respondo al mismo tiempo que estiro los brazos para que vea que está dentro del sombrero: -Traigo un cobaya.


La escena siguiente es algo surrealista. La buena señora, con los ojos como platos, medio gritando y con voz de pito por el énfasis de su pregunta me dice:
 - ¿UN CABALLO? ¡QUÉ PEQUEÑO!


Ante semejante reacción, me arrimé el sombrero al pecho, di un paso atrás, y aunque no me acuerdo supongo que se me escapó una lágrima.


Miss Owl

1 comentario:

  1. Lo acabo de leer en al biblioteca y se me acaba de escapar una carcajada imaginándome la situación hahaha

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