Mini Candy Bar

domingo, 9 de octubre de 2011

Terrones Nocturnos

Domingo de confesión. Otra vez. Estoy empezando a dudar que esto sea una buena idea. Todo el mundo predica a bombo y platillo sus hazañas, sus heroicidades, y sus proezas. A mi se me da por hacer públicas mis salidas de tiesto, mis meteduras de pata y mis vergüenzas.



De verdad que este fin de semana lo voy a dedicar a reflexionar sobre si quiero que el mundo me conozca por ser un desastre. ¿Es que acaso no tengo nada bueno que contar...? ¿Es que no hago cosa bien hecha, de principio a fin...? Prefiero pensar que lo bueno no es tan divertido. En fin, lo pensaré detenidamente durante estos días. Bueno, prometo hacerlo si tengo tiempo.



De momento, y como soy fiel cumplidora de mis obligaciones para con este santo blog, ahí va otra confesión.


Ave María purísima.
Abro paréntesis para advertiros que como de todo hay que aprender, quizás no venga mal, tomar nota, para aprender de mis errores (u horrores, podía decir). Vuelvo a cerrar paréntesis.




Me viene a la cabeza esta historia, recordada por mi hermana Beth, que acaba de asistir a una boda en la que a ella y a su pareja, les han obsequiado con el premio de los novios que culminan el pastelón nupcial. A ella le pareció un horror por la vergüenza. A mi por el objeto en si.¿Qué hacer con esas cosas? ¿Cómo puedes deshacerte de esos regalos feos y que no sirven para nada, sin dejar huellas de claros indicios de desprecio? Difícil solucion. Veréis.


Hace años, casi casi intentando forzarnos a una boda innecesaria, un familiar (no pienso decir si suyo o mío, para no hacer más grande la herida) nos hizo un regalo muy especial. Se trataba de una pareja de lamparitas de mesilla de noche. Horrorosas. Espantosas. Le daban un susto al miedo. Ni siquiera dignas de una feria dominguera de pueblo.






 (Nota: repito la foto por que eran dos...)



Tenían tanto plateado y tantas lágrimas de cristal, que cada vez que se encendía una, emergían como por arte de magia un millón de pequeños arcoiris, que no solo adornaban las paredes del dormitorio (incluso también nuestras caras... nada escapaba de aquellas malignas escalas de color), sino que hacían lo propio en el pasillo, en el despacho... y si la estructura del edificio no lo remediara, llegarían hasta los límites de la provincia de Pontevedra, atravesando la meseta y llegando al mismísimo Chueca.



Tanto era así que duraron en la habitación un cuarto de hora. Al rato de desenvolverlas, tras los agradecimientos oportunos, acabaron en el bendito trastero, eso si, bien tapaditas, para no desentonar con las cosas tan monas, pero tan inútiles que se agolpan en él.

Así pasó el tiempo, y en nuestro dormitorio, sobre las mesillas lucían un par de lamparitas mucho más humildes, mucho más sobrias, pero muchísimo más bonitas que aquellas. Y un día, aquel familiar tan dadivoso nos hace una llamada de advertencia, a media tarde tendríamos el honor de invitarle a un café en nuestra casa. Uf! Eso de llamar si que había sido un detalle. Estuvimos rápidos. Corrimos al trastero, desevolvimos los adefesios, soplamos el polvo acumulado de los meses de exilio, y las colocamos diligentemente, una en cada mesilla. Dejamos a las impostoras a la vista, y las titulares acabaron debajo de la cama, agazapadas, esperando que terminara el teatrillo.



Me permití el lujo de hacer un bizcocho, con frutos secos y frutas escarchadas, de esos que les gustan a los mayores, y que a los niños les da por sacarle los colorines. Preparé el café y puse una mesa monísima (cosas que una aprende de pasar horas con su amiga Rebeca...)





Antes de tomar el café, inquisitoriamente y con un plan perfectamente preconcebido, quiso comprobar que el regalo que nos había hecho, cumplía su función, y casi sin decir nada, nos invitó a que la invitáramos al dormitorio. Llenos de orgullo por no dejar que nos pillaran en aquel renuncio, con calma y seguridad avanzamos por el pasillo.


- Ahí están, mira que bonitas que bonitas quedan!. Dice ella

- Si, si, una preciosidad Rose. Muchísimas gracias, no tenías por qué hacerlo. Nos han encantado. (Lo se. La hipocresía es algo muy feo, pero en ese momento valoré ser buena y condescendiente, o ser sincera y cruel. Opté por lo primero).



- ¿Y es verdad que al encenderlas, hay destellos?, Me lo prometió el vendedor. Preguntó interesada.



- Rose, se hace un mundo de ilusión y fantasía en toda la haitación. Es una iriscencia contínua. Una preciosidad. Mira, te lo voy a mostrar. GRAVE ERROR. GRAVÍSIMO ERROR.

Cuando le di al interruptor de la pared, se encendieron las lamparitas. Pero las que estaban debajo de la cama. Tanta luz había allí abajo, que parecía que de un momento a otro iba a aparecer E.T. vestido de señora con sombrero. ! Qué vergüenza más grande! ¿Pero como podía haberme olvidado de desenchufar las ocultas y no enchufar a las impostoras? Fué horroroso. No hubo explicación. No pude volver a abrir la boca en toda la tarde. Mr. Owl y yo nos miramos con pavor. Nunca había visto tanto miedo en sus ojos. Supongo que él, en los míos vió lo mismo.




Así que volvimos al salón, intentamos tomar el café con un poco de bizcocho. Ella, para romper el hielo me preguntó si lo había hecho yo. Lo negué. Aunque era cierto, total seguro que pensaba que le estaba mintiendo. Qué humillación.







Si, yo si os huiera pasado a vosotros tambien me reiría. El caso es que aun no lo he superado.



Miss Owl

5 comentarios:

  1. jjajjajajaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaajjajjjaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa...ay, que me ahogo!!!!
    mart a.

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  2. buenisimo!!! me estoy imaginando las caras!!!jur jurrr buenisimo ahora la pregunta es¿volvio la señora a casa? ¿te habla?jur jurrrr

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  3. Me está dando vergüenza a mi de sólo pensarlo!!!! tierra trágame...jajajaja

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  4. Por qué se ha evaporado mi comentario???La historia es buenísima, no sé como no acabaste bajo la cama con las lámparas....pobriña!

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  5. Mi querida Miss Owl, no te lo vas a creer, pero eso mismo, exactamente igual, le pasó a mi madre algo así como hace 40 años y se ha convertido en un clásico del anecdotario familiar. Por cierto, en aquella ocasión, hasta la persona "regalante" se desternilló XDD

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