TRILEROS EN EL PABELLÓN DE DEPORTES
Queridas y queridos hoy os voy a contar una historia, que no siendo mía, me toca tangencialmente, o mejor dicho genéticamente. Me confesó la semana pasada mi tía y madrina Cath.
Me parezco mucho a ella.Tenemos un sentido del humor muy parecido. Somos ácidas. Le sacamos punta a todo... y a veces hasta coincidimos.
Para que veáis como somos de parecidas, una vez estábamos de paseo y la Alcaldesa que teníamos entonces, había plantado - o mejor dicho, había mandado plantar- toda la avenida principal de la ciudad de flores. Más concretamente de tulipanes de distintos colores. Las medianeras de la calle estaban preciosas.
Todas las que formábamos la patrulla del paseo - mi madre, tía Cath, mi hermana Beth, mis primas y yo
íbamos mostrando las maravillas de tal plantación, cuando mi madre resaltó una característica sobresaliente de todas las flores:
- Que tulipanes tan bonitos, y que tiesos están. Da gusto verlos!
En décimas de segundos, tía Cath y yo soltamos al unísono:
- ¡Son tulipenes!
Si, sé que es una ordinariez, totalmente impropia de este santo blog, pero solo quería resaltar las cosas de la genética.
Sigamos con la historia con la que empecé. Resulta que hace ya tiempo, mi tía y una amiga, solían una vez a la semana ir a jugar al squash. Al mismo tiempo que hacían deporte lo pasaban pipa, porque siempre estaban de broma. Pues uno de esos días en los que lo de menos es sudar, sino pasarlo bien, en pleno partido, al intentar llegar a una jugada de dobles paredes, mi tía Cath le pegó con tal contundencia a la bola que ésta desapareció.
Al principio, pensaba que la había perdido de vista debido a la velocidad del golpe, pero cuando fue consciente de que su amiga también tenía cara de haba, buscando en la pista la bolita negra y que esta no aparecía, se inquietaron un poco.
Cuando comprobaron que no estaba, y que el único sitio por el que podría haberse escapado era por un lado del techo en el que faltaba un trozo de red, fueron inmediatamente a hablar con el encargado de las pistas de squash. No tenían más bolas, así que tendrían que recuperar aquella. No habían hecho más que empezar, y aún les quedaba más de media hora de pista pagada.
Allá fueron, llenas de razón a recriminar el mal estado de las pistas, la falta de consideración que tenían con los contribuyentes, que pese a pagar todos los impuestos correctamete, los servicios municipales carecían de los requisitos básicos para su utilización.
Conociéndola como la conozco (y como me conozco -ya os he dicho que somos muy parecidas-) le montaron un cisco al conserje del pabellón. Pero no resolvieron nada. Ni encontraron la bola, ni consiguieron que les prestaran otra para continuar la partida.
Así que se fueron. Tomaron un café y se fueron cada una a sus quehaceres diarios. Cuando Cath llegó a casa, y se disponía a meter en la lavadora la ropa que casi ni había sudado, ¿a que no sabéis que encontró? Así es, la bola. ¿Pero a que no adivináis donde estaba? En el sitio más difícil en el que podía estar.
Cuando ella golpeó con tanta fuerza la pelota, esta no salió rebotada hacia cualquier lugar, sino que quedó empotrada en el triangulillo que tienen las raquetas de squah al final del mango, antes de las cuerdas.
Y en el cuartito de la lavadora, sintió apuro, vergüenza, y compasión por el conserje, pero sobre todo y ante todo, sintió mucha. mucha risa. Me lo imagino.
Miss Owl
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