SE ABRE EL TELÓN Y APARECEN: UN MÉDICO, MUCHOS NERVIOS, Y UNAS GAFAS DE SOL ... ¿QUIEN CANTA? LA PANTOJA
Pues como vosotros lo habeis querido así, ahí va la historia de cuando, una vez más me creí una estrella delante del personal sanitario.
Hace ya media docena de años, por motivos de salud (o mas bien podía decir de falta de salud) frecuentaba muy a menudo una clínica con contínuas revisiones y molestas pruebas. Cada tres meses,acudía puntualmente como si de la declaración trimestral del IVA se tratara. Sin embargo, nunca llegué a acostumbarme. Ir al médico, me molesta sea cual sea, pero a la especialidad que todas las mujeres odiamos, mucho más.
De los nervios y de la situación tan incómoda que me resultaba, había dos cosas que nunca conseguí superar. Mientras estaba tumbada en la camilla no podía tener los ojos abiertos; imagino que como los monos de Gibraltar, que cierran los ojos para no mirar.... (decía una antigua canción), y la segunda, posar mis posaderas en la camilla. Jamás. Mi trasero nunca tocó la camilla, siempre levitaba ligera e imperceptiblemente a menos de medio palmo de la cama.
Una y otra vez, entraba con nervios, y salía con nervios más dolor abdominal producido por las acrobacias con las que obsequiaba a aquel doctor. Tanto se me debía notar, que el podre médico no paraba de preguntarme cosas mundanas, para conseguir hacerme hablar y que me olvidara del mal rato. Pero no fue quien de sacarme más que tristes monosílabos, y siempre con los ojos bien cerrados.
Resulta que en una de las consultas, al terminar la prueba me mandó que me sentara en la camilla, para hablar conmigo y que estuviéramos a la misma altura. Ahí estábamos los tres, con los ojos abiertos, participando de una conversación: la enfermera, el doctor y yo. Pero no estábamos en igualdad de condiciones. Ellos vestidos y yo no. A mi me tapaba solamente una sábana, y con solo ese atrezzo tenía que mantener toda mi dignidad. Lo hice. Reuní el aplomo necesario y afronté una conversación de adultos, al fin y al cabo, era uno de ellos.
Una vez terminó la conversación, me bajé y me puse de pié, pero con la mala suerte de que las gafas de sol que llevaba en la cabeza me cayeron al suelo -siemore me caen al suelo-. Muy amablemente el doctor se agachó y me las entregó. Agradecida, sonreí, al mismo tiempo que -sabrá Dios porque lo hice- me las puse, en la cara, no en el pelo, y lentamente me dirigía al probador en el que tenía la ropa.
Pues si. Resulta que para hacer todavía más patética mi revisión trimestral, paseé unos metros, desde la camilla hasta el vestidor, con una sabanita que me tapaba por delante, pero me dejaba la popa al aire, pero eso si, con las gafas de sol puestas... como la Pantoja en el aeropuerto, o en el juzgado, o a donde quiera que vaya, que siempre lleva las gafas de sol.
A partir de aquello, afortunadamente, mis declaraciones dejaron de ser como el IVA, para pasar a ser, más bien como el IRPF, una sola vez al año.
Miss Owl
jajajajjajaaj... me parto!!!!! sin llegar a acudir tanto como tú... me has retratado!!
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