Mini Candy Bar

domingo, 26 de junio de 2011

Terrones Nocturnos

DE CUANDO UNA AMBULANCIA IRRUMPIÓ EN LA HABITACIÓN

PRÓLOGO: Si fuera un matador  le brindaría este toro a Beth. Pero como simplemente soy un buhíto cuentahistorias se lo dedico con todo mi cariño, y ella sabe porqué.


Escribiendo y planificando un verano familiar, no he podido dejar de recordar una de las veces, en las que nos reunimos toda la pandilla de los Owl para pasar la fiestas de navidad y nos repartimos los 25 miembros, como pudimos. La verdad es que parecíamos una familia de indignados, protestando por Dios sabe que ante la sede de los pobres abuelos.

Ante semejante concentración, el reparto era fácil: salvo los matrimonios consolidados,  el primer criterio era las chicas con las chicas y los chicos con los chicos, y el segundo criterio era la edad. Cuanto más joven, menos privilegios. Como la visa misma.

A unos les tocó dormir en la mesa del billar; eso si, con colchón y almohada correspondiente, como debe ser; pero al fin y al cabo encaramados ahí arriba, a unos 90 cm del suelo que les hacía parecer los féretros de dos primos hermanos, tras una tragedia familiar.



A otras nos tocó dormir en un dormitorio. Las más afortunadas gozaron del privilegio de dormir sobre una cama. Otras, con menos suerte (pero también con menos edad), nos tocó el duro suelo, eso si, también  provistas de colchón y almohada pertinentes, pero en el duro suelo.

Allí más o menos acomodadas y dejando transcurrír la noche, de repente, sin anunciarlo previamente un grito aterrador salió de la garganta de mi hermana Beth. Estaba soñando con la cosas con las que ella siempre sueña y emitió un grito tan espeluznante que era digno del mismísimo Tarzán sometido a tortura.



Fueron décimas de segundo las que tardamos mi prima Mon y yo en abrazarnos como garrapatas, la una a la otra, del susto y del miedo que nos invadió. Ambas, que éramos las que dormíamos a ras, calladas, sin respirar y aguantando el llanto con tanta dignidad como fuimos capaces, mientras alguien, más valiente que nosotras abrió la puerta de la habitación, encendió la luz y se drigió a Beth, para despertarla de su pesadilla.

Cuando viviamos con nuestros padres, aunque muchas veces fui testigo de esos sucesos, jamá conseguí salir de la cama e ir a consolarla. Es más, yo me tapaba, aterrada bajo mi ededrón todopoderoso, aguantando la respiración, para que los fantasmas que asustaba a mi hermana, pasaran de largo y no lo intentaran conmigo, mientras mis padres, desde el fondo del pasillo corrían a acudirla.
Y esa vez no podía ser menos; aún durmiendo bajo el mismo techo de la misma habitación fui incapaz de hacer otra cosa que abrazarme a mi prima. Minutos más tarde, cuando la luz estaba encendida, cuando ya habíamos reaccionado y  cuando el fantasma ya se había ido, simplemente viene la risa. La carcajada infinita que no te permite volver a conciliar el sueño, mientras rememoras una y otra vez, lo tonta que fuiste.



Pues cuando en esas estábamos, llegó mi otra prima, (Cath la del accidente en la rotonda), y  le contamos lo sucedido, con todo detalle, intentando explicar como había sido. A la prima Mon, se le ocurrió  la perfecta explicación: durante los primeros nanosegundos parecía la sirena de una ambulancia. Así había sido: sonido súper agudo, de menos a más en intensidad.

Entoces fue cuando Cath, a su más pura esencia nos espetó:

- Pero, ¿como una ambulancia ? Así en plan nino-nino.


Desde ese momento nos entregamos a la carcajada y ya no pudimos conciliar el sueño en esa noche. Es una de las anécdotas familiares que recordamos cada vez que nos reunimos, y de las que siempre sacamos jugo y nos devuelve la sonrisa a la cara.

Miss Owl


2 comentarios:

  1. Las reuniones familiares tipo aglomeración eran las mejores, qué recuerdos!!

    ResponderEliminar
  2. Jajajaja!!!vaya... la B y la C de tu familia... son raras raras!!! jajajaja

    ResponderEliminar