Mini Candy Bar

domingo, 18 de septiembre de 2011

Terrones Nocturnos

GAMBERRISMO GASTRONÓMICO

Habíamos prometido quedar para comer, y lo cumplimos. Yo elegí el día, y él eligió el lugar. Quedamos a las 2 en la puerta, y allí nos encontramos. Era precioso. Entramos y directamente escogió una mesa, debajo de una ventana con una vista increíble sobre el mar. Allí sentada pude ver qué bonito era, qué bien olía y qué hambre tenía. Por el trato al entrar, deduje que Paul era un cliente asiduo. No me extrañó. El sitio prometía.

Como era la primera vez que iba, me dejé aconsejar, así que el encargado de pedir las viandas fue Paul. Me propuso pedir un poco de todo, y yo, por supuesto accedí. Abro paréntesis para aclarar que Paul es de los que disfruta comiendo; vamos, que come como la orilla de un río. Cierro paréntesis. Enseguida nos trajeron un vino, y tras él, empezaron a posar platos sobre la mesa. Entre tanto manjar, destaco una ensalada de rúcula, queso de cabra y piñones, que no podía estar más rica. La comimos entera, no dejamos nada, incluso, como estábamos en confianza, rebañamos el plato con trozo de pan de pueblo. Un espectáculo.



Cuando estábamos en pleno festín, llegaron unos amigos de Paul. Y se sentaron muy cerquita. No era casualidad; sin duda teníamos la mejor mesa del local, y ellos buscaron la segunda mejor. Los saludamos. Seguimos comiendo, riendo y hablando. Teníamos tantas cosas que contarnos, que estábamos absortos en la conversación y en la comida. Nada de lo que pasaba a nuestro alrededor parecía tener relevancia para nosotros.

Pasado un rato, cuando ya casi teníamos todos los platos vacíos, nuestros vecinos de mesa, se levantan, se ponen la cazadoras y muy cortésmente nos dicen: - Buen provecho!

Agradecimos el amable gesto y de repente, Paul mira su mesa. Abre mucho los ojos. Me mira. Sonríe y antes de que puediera percatarme de lo que iba a hacer, ya lo había hecho. Dió el cambiazo a nuestro plato vacío de ensalada por el de ellos, Estaba intacta! Fué tan rápido que solo me dió tiempo a parpadear un par de veces.



Risas. Muchas risas.
-Pero, pero, pero pero...!!! (dije yo en tono muy bajo, casi con la voz quebrada)

- mmmm. Calla. Come. Está deliciosa. Jajajaj ¿cómo iba a permitir que tiraran semejante manjar?

- Pero, pero, pero...!!! jajajaajaj

- mmm. Calla. Jajajajajja!! Come. ¿No quieres? Si no apuras, me la como entera yo solito.!!!

No me quedo otra. Empecé a comer a la velocidad del rayo. Comíamos mientras reíamos. No sé como no nos atragantamos con semejante apuro. En un pis-pas nos pulimos la ensalada.

Otra vez dejamos el plato limpio. Otra vez rebañamos con pan de pueblo. Otra vez alabamos la mano del cocinero. Otra vez reimos. Seguimos riendo. No me podía creer lo  que habíamos hecho. Reconozco que si me lo cuentan me muero, pero ahí, in situ.... fué de lo más divertido que había hecho en mi vida. Y de lo más gamberro. Dime tú si no podíamos haber pedido nosotros otra ensalada. No, fue mejor así.

Cuando el camarero se percató de que teníamos la mesa llena de platos, pero vacía de comida, la recogió. Aprovechó uno de los viajes para recoger también alguna cosa de la mesa contígua, entre ellas el plato impoluto de ensalada.

Mientras esperábamos el postre, de repente, una aparición hizo que se me helara la sangre. Volvieron a entrar los amigos de Paul, se sacaron las cazadoras y se sentaron de nuevo. Oh Dios mio! Sólo habían salido a fumar! Solo era un receso en la comida! Maldita ley antitabaco!


No tardaron ni un minuto en llamar al camarero y protestar. ¿Pero por qué le habían retirado la ensalada? Parecían enfadados. Paul y yo nos miramos. Paul tenía muchas ganas de reir (de hecho lo hizo, aunque un poco contenido), yo, sin embargo, tenía más ganas de llorar. Qué vergüenza.

El camarero se iba a la cocina con cara de no entender nada. Estaba seguro que había retirado los platos correctamente. Parecía aturdido. Medio segundo después de que entrara en la cocina, vi como asomaba la cabeza el cocinero por el vetanuco redondo de la puerta. Nos miró. Nos vio reir, e hizo un gesto con la cabeza, como si lo negara todo. Lo había comprendido. En ese momento recordé que Paul era un buen cliente.

Entre risas, apuros y más risas, pedimos la cuenta. La nota incluía la ensalada robada, sin más. No hubo réplica. Pagamos. Nos fuimos. Y nada más entrar en el coche nos entregamos a la carcajada más profunda y duradera que podeis imaginar.

¿Se puede tener más cara dura?

¿Se puede comer más?

En fin, ¿Se puede pasar mejor?.


Creo que no.



Miss Owl


1 comentario:

  1. Qué anécdota más divertida. Saludos. Yolanda.

    http://decorandoconidea.blogspot.com/

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