Mini Candy Bar

domingo, 6 de marzo de 2011

Terrones Nocturnos

Ay Miss Owl... hay tantas cuestiones sin resolver, tantas preguntas sin respuesta, tantas dudas existenciales, tantas injusticias... ¡ cuan difícil resulta a veces llegar a encontrar la verdad absoluta! Y tu lo has logrado, sobre cierto tema, eso sí, pero lo has conseguido al fin y al cabo...!


DE CUANDO NO ENTIENDES EL PORQUÉ DE LAS COSAS

Me siento ahora mismo a escribir esta historieta, pues estaba hablando con María, una cubanita que me contaba que se volvía a su país a pasar un tiempo, y que lo que menos le apetecía era ese calor que se te pega todo al cuerpo.

Había olvidado esa sensación. Seguramente tiene mucha culpa de ese olvido el eterno invierno que nos  azota, desde hace un montón de tiempo. Y eso que yo soy más de frío que de calor. Debe ser que me encuentro desde hace meses aterida de frio, "titiritando" -como decía de pequeña- con las temperaturas gélidas que tenemos.

Pues bien, esa conversación con María me ha traído al recuerdo la sensación de calor infinito. De humedad cien por cien. De cara brillante. De ropa pegada al cuerpo. Fue sin duda, la vez que más calor soporté. Fue en un viaje de trabajo. Tenía que ir a Dakar, en la barriga de África. ¡ Genial!, ¡Tiene buena pinta!, ¡Un viaje de trabajo realmente exótico!

Lo primero que recuerdo de aquello fue cuando le di la noticia a mi madre. Me miró con esos ojos negros grandes, y con cara de preocupación maternal y me dijo:

- ¿A Dakar - Senegal- África? ¿Y no le puedes decir a tu jefe que tus padres no te dejan ir?
- No mami! Además es una oportunidad única! ¿A que voy a ir yo a Senegal en otra ocasión? Pues eso, a nada!

Así que durante una semana entera me la pasé haciendo mi matela en excel. Si en excel ¿qué pasa? Una es bastante organizada, y es una muy buena forma de hacer combinaciones de ropa. Se que es raro, pero es mi método, y generalmente me funciona bastante bien.

Como iba con la empresa no había ningún problema en el peso de la maleta. Además, el portátil y el maletín con las documentaciones también pesaban mucho. Así que además de meter trajes de chaqueta con sus camisas, camisetas y demás, hice el hueco imprescindible para mi más fiel compañero de viaje. Mi secador de 3200 w (más potencia incluso que mi aspiradora). Siempre he tenido el pelo un poco rebelde. Bueno, más bien rizado, y desde bien pequeña me lo domo con cierta destreza.


Hecha un pincel me planto en el aeropuerto. Llegamos a París. Esperamos unas horas y volamos directamente a Dakar. Al llegar al Léopold Sédar Senghor, el aeropuerto de Dakar, te hacen bajar del avión por una escalera que te deja directamente en la pista de aterrizaje. Y ese fue mi primer contacto con Ágrica, y se convirtió en un cúmulo de sensaciones.

Primera sensación: noche oscura, pero cálida. Llena de insectos tan grandes y ruidosos que estoy segura de que si estuvieran en Europa, estarían obligados a llevar matrícula.

Segunda sensación: un extraño olor a cuero. No olía mal, ni mucho menos, solo fuerte, a piel.

Tercera sensación: humedad, mucha humedad. Noté, como de repente mi pelo se erizó y pareció perder toda fuerza gravitatoria. Cada uno de mis cabellos apuntaba enérgicamente hacia el cielo, pero cada uno hacia un lado del cielo.


Cuarta sensación: ¿qué es ese ruido? ¿por qué se oyen por todas partes ovejas? ¿porque las tienen atadas a las farolas, áboles, papeleras, e incluso coches?

Todas estas cuestiones se debatían en mi cabeza de camino al hotel. De momento, esa noche no obtuve la respuesta. No importaba. Estaba cansada. Había sido un largo viaje y mañana sería un día duro. Puse el despertador y me entregué al sueño.

Al amanecer sonó el ti-ti-ti-ti del reloj programado y con la excitación natural de una aventura inusual, me metí en la ducha. Me sequé el pelo, me maquillé un poco, me vestí y bajé a desayunar.

Enseguida me llamaron y salí a la puerta del hotel, en donde me recogerían en breve. Fué salir y notar de nuevo, el calor, el olor, el ruido de los mosquitos, el balar de las ovejas y lo peor de todo: otra vez mi pelo adquirió vida propia y sus caracoles volvieron a mirar al cielo. ¡ Horror! ¿Qué hago? ¿Traje la pinza? Ah si, aquí está. Bueno, espero no tener muy mala pinta.

Pues así llegué a la oficina. Bien vestida, bien pintada, bien pertrechada con mis herramientas de trabajo, pero mal peinada. Muy mal peinada. A pesar de ello, todo fue bien. Todo el mundo me trató pefectamente. A nadie parecían importarle aquellos pelos de loca. Y eso que era la única que los tenía.

A medida que iban pasando los días, fui comprendiendo las primeras sensaciones que me invadieron cuando tomé tierra. El calor del trópico, el tamaño de los insectos, el olor, las ovejas (me coincidió con la fiesta del Tabaski, que  se supone que sólo se puede comer cordero, y cada una de las familias sacrifican uno - de ahí que los hubiera por todas las esquinas-). Sin embargo, lo que me costó muchisimo entender fue, por qué yo siendo prácticamente la única mujer blanca, ¿¿¿¿porqué era la única mujer que tenía el pelo rizado????

Pues bien, queridas y queridos, aun sabiendo que era una cuestión baladí, a  mi me causaba cierto estupor, y sobre todo cierta sensación de inseguridad que, siendo consciente de que hay cosas mucho mas importantes, me traía por la calle de la amargura. Pues casi el último de mis diecisiete días en tierras senegalesas, agarré por el brazo a Mamadou, la secretaria de dirección que tenia una larga meleza negra como el tizón y lisa como una tabla, y le pregunté como conseguía domar aquello. Mis ojos tardaron mucho en cerrarse, al igual que mi boca, que permaneció abierta bastantes minutos. La respuesta era tan fácil y tan obvia... ¡¡¡¡Todas llevaban peluca!!!!!



Así que desde aquello, cuando algo es muy muy muy raro, intento pensar en la solución más fácil, aunque advierto que no siempre es la acertada.

Miss Owl

2 comentarios:

  1. Juas! Quién lo iba a imaginar... Si ya lo decía alguien por ahí, la solución siempre está en la explicación más sencilla... Besos

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  2. jajaja, me ha encantado la historia. Yo jamás he conseguido controlar mi pelo. Por si acaso, creo que no iré a Dakar, al menos hasta que me compre una peluca.

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