Mini Candy Bar

domingo, 27 de febrero de 2011

Terrones Nocturnos

Oh Miss Owl! A veces te leo y pienso...yo también! aún recuerdo la felicidad del día que me pusieron gafas...y ahora...soñando con operarme la miopía. O cuando Begoña, en tercero de E.G.B, se rompió una pierna y todas nos queríamos sentar en su mesa porque era "guay". Pero como siempre, me ganas! (será la perfecta interpretación del suple?)


De una caída, una escayola y una mentira

LLevo un tiempo con un dolor tremendo en un hombro. Me dicen los especialistas que tengo una tendinitis, que requiere, que durante un montón de tiempo ataque a mi inocente estómago con antiinflamatorios, y que si con eso no acaba el dolor, deberían hacerme unas infiltraciones.

Siempre he creído que esos dolores eran cosas de mayores, de viejitos que ya han vivido mucho. Pues mira por donde, no. Ni soy viejita, ni  he vivido mucho, ni nada que se le parezca.

El hecho es que eso que me proponen no me gusta nada de nada. Os cuento el porqué.

Desde bien pequeña me ha encantado ir a los médicos y que me dieran "malas noticias". Abro paréntesis para aclarar lo que se puede interpretar por "malas noticias" cuando cuentas con menos de una docena de años; por ejemplo, ir al oculista y que te de la fatídica noticia de que no necesitas gafas;

o ir al dentista -que en mi época no íbamos al ortodoncista- y que te suelte así, de golpe, que tus dientes no necesitan aparato; o que no necesites escayola para ese dolor de tobillo. Cierro paréntesis.

Pues lo intenté por todos los medios: que si no veo el encerado, que si me duele mucho la cabeza, que si la muela que me está saliendo me parece que me mueve los colmillos... Nada. Imposible. Ningún oculista me prescribió unas gafas, ni ningún dentista me hizo algo más que un triste empaste.


 

Y  luché con todas mis fuerzas para conseguir una escayola que me recorriera la pierna, que todos en el colegio quiesieran pintar y firmar, que limitara mis movimientos de tal forma que necestitara unas muletas molonas para llegar a cualquier lugar... Nada eso lo logré, pero estuve cerca.

Debió ser un día de esos que te levantas con unas ganas tremendas de romperte -metafóricamente- algo. Pues sí, ese día al salir del colegio llegué a casa, con un brazo pegado al cuerpo, y con cara compungida, como de sufrimiento pleno, y le conté a mi madre que se me había caído Charito encima. Todo el mundo conocía a Charito. Era una rolliza compañera que andaba todo el día correteando y saltando por ahí, de tal forma que era muy creíble que hubiera tropezado y hubiera ido a parar sobre mi hombro, dejándomelo maltrecho y dolorido.
Así que con la insistencia  de la perseverancia, logré que me llevaran a urgencias. Allí, cada vez que me tocaban lanzaba un prudente y creíble grito, de forma que les complicaba mucho la exploración. Recuerdo que me hicieron unas cuantas radiografías en la que no veían nada, pero debido a mi "evidente" dolor, algo había. Y algo de buena actriz debí demostrar que llegue a mi casa, triunfante, con un brazo pegado al cuerpo con una férula metálica y una venda elástica que me lo sujetaba fuertemente e impedía cualquier movimiento. De hecho, y hablando de actrices, recuerdo haber llegado a casa y gritar : -¡ Peeeter!, para mostrarme orgullosa frente a mi hermano.

Así que quella noche maldormí con aquel artilujio envolvente, pero llegué al colegio al día siguiente felíz, pletórica, llena de razón y  provocando evidia en mis compañeros y cierta lástima entre los profesores.

Ni que decir tiene que las ganas de tener aquello me duraron lo que dura la novedad. Al tercer día moría de picores, y hasta me dolía el brazo de tenerlo en la misma posición. Pero como no podía confesar la fechoría, tenía que aguantar los 15 largos días que los médicos estimaron para la curación total.

Así que, tras aquel episodio, cuando me volvían a entrar ganas de sentirme un poco lesionada, iba yo directamente a la farmacia, me colocaba la venda con una maestría propia de un enfermero experimentado y me pasaba unos días, hasta que la "sanitaria del colegio" -oficialmente- consideraba que ya estaba curado.

Y esa es la razón por la que, aunque muera de dolor de hombro, no me fío ni un pelo ni de las radiografías, ni de los antinflamatorios ni de las inflitraciones...Que para infiltrada ya estoy yo!

Tengo que terminar diciendo que esta parte de mi vida, y muchas otras, ya han sido objeto de confesión a mis sufridos progenitores, que ya no se asombran por nada que les pueda contar.

Miss Owl




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